Muchas generaciones vivieron los estragos del "echaleganismo" ese extraño concepto que se utilizó como respuesta absoluta a todos los problemas que enfrentamos durante nuestra niñez y/o adolescencia, echarle ganas parecía la estrategia perfecta para quienes llegaban a conocer nuestros problemas, algunos, incluso, a la fecha, siguen creyendo que esa frase arregla algo y no sólo es un eufemismo para decir: deja de quejarte y haz lo que tengas que hacer...obviamente esa postura con el tiempo, encontró toda clase de críticas y quienes la recibimos por parte de nuestro padres, nos dimos cuenta que esa posición era lo que había, lo que les alcanzaba porque honestamente, la paternidad no es algo que puedas aprender buscando un tutorial en YouTube.
Una vez que reconocimos que echándole ganas no se resolvía un carajo, pusimos de moda la terapia...si, reconozcamos que con la apertura y consecuente desbordamiento sobre la salud mental, ir a terapia se convirtió (casi) en un requisito para tener la autoridad de criticar el "echaleganismo" y sobre todo, para demostrar que como generación, aprendimos a gestionar mejor los problemas (los propios, los adquiridos y hasta los creados)
Y si, tal vez, lo estamos haciendo mejor, no pretendemos que los problemas o traumas desparezcan por arte de magia o ignorándolos, la terapia es para mi generación, algo así como LA respuesta pero también es la puerta a niveles de incomodidad, tristeza y frustración que si hubiéramos sabido que provocaría, pocos seguiríamos con ella.
Seamos honestos, para quienes hemos llevado un profundo proceso terapéutico, sabemos que es brutal, cansado, agotador, frustrante...te dan ganas de dejarlo cada sesión, encuentras cosas en ti que no recordabas que tuvieras (y por una buena razón no lo hacías) estás consciente de lo que te duele, de por qué te duele pero no siempre encuentras la forma de detener el dolor y entonces es más difícil, porque vives tu tristeza, no la puedes esconder o ignorar como con el échale ganas, no puedes fingir que no tienes heridas, tampoco puedes evitar la responsabilidad de algunas de ellas, lo que te lleva a otro proceso que tampoco es sencillo: perdonarte...porque nadie te dice que lo difícil no es que perdones a otros por sus deficiencias, lo realmente cabrón es que encuentres perdón para ti y todo lo que te lastimaste...y tampoco hay reversa, una vez que puedes visualizar las heridas, de dónde vienen y lo que provocaron, ya no hay forma de dejar de verlas.
Si me preguntan en un día complicado de terapia, jamás la recomendaría...¿qué necesidad de decirle a otro que la tome? ¿por qué le aconsejaríamos a alguien que iniciara un proceso tan condenadamente complejo? ¿no sería mejor seguir con el échale ganas o con la bendita ignorancia de sus heridas?
La respuesta es irónica, no hay ninguna necesidad de decirle a otro que tome terapia, tampoco es honesto recomendarla sin alertar sobre su complejidad pero sigue siendo la opción que en mi experiencia, es la mejor para construir una mejor vida, una vida en la que sepas quién eres pero también reconozcas por qué eres esa persona, aprendas de ti y puedas mejorar...no podemos hacer nada para cambiar nuestros respectivos pasados, las deficientes paternidades que nos hayan tocado, pero podemos hacer todo para construirnos de forma más sana y amorosa...duele y es difícil pero vale toda la pena.