La guerra terminó

 Podría decir que empezó cuando perdí a Maya, también podría tener su inicio en el abuso sexual que sobreviví, incluso podría ir más atrás y empezar con el abandono parental...o tal vez, empezó cuando todo lo anterior se juntó e intentó destruirme...pero sólo fue intento.

A pesar de los años en terapia aún no puedo encontrar el momento exacto en el que se fue al carajo todo...ya no creo que sea importante, porque pudo ser todo junto o por separado en distintos niveles.

Lo cierto es que durante más de 20 años transité un estado de supervivencia que no le deseo a nadie...ir entumida por la vida buscando formas de sentir que realmente estás viva y no sólo respondes a la inercia es sin duda, la peor sensación que he experimentado.

Porque además, no tenía fin, no veía en qué momento terminaba el entumecimiento, en qué momento podía reír y sentir que realmente me reía...no podía dejar de estar enojada y profundamente triste.

La única respuesta que encontré fueron los excesos, el auto sabotaje y por supuesto, el dolor en forma de cicatrices...mi primer tatuaje fue a los 17 años, un triquetra (en el omóplato izquierdo) sencilla y poderosa...no fue casualidad la elección...aprender de mi legado en el peor momento posible fue la mejor excusa para tener algo en qué distraerme.

El segundo tardó bastante en llegar (2007 si mal no recuerdo) una mariposa (ya sabía que era mi animal espiritual pero no entendía todo su significado) envuelta en la silueta de una triquetra porque pronto descubrí que nunca sería suficiente protección.

A partir de ese tatuaje empecé a idear las imágenes y significados que quería plasmar en mi cuerpo...todos tienen una razón de ser, desde el color, el diseño, el lugar en el que los he colocado...en ese primer listado sólo eran 7, después de mi divorcio, concebí los siguientes 2 para llegar a 9 y hace unos meses, cuando me encontré conmigo, supe cuáles serían los siguientes 4 para llegar al gran total de 13.

Los tatuajes 3, 4, 5 y 6, los hice siempre acompañada de quien entonces era mi esposo y ahora es mi familia...Iván estuvo en cada proceso, en cada sesión, tomando mi mano y siendo testigo del enorme umbral del dolor que tenía.

Y si, el dolor físico poco significaba para mí, buscar zonas del cuerpo que me permitieran sentir el mayor dolor posible no era aleatorio, era la única forma de sentirme viva y me permitía saber que había dolores que eran temporales y terminaban...no como el que traía cargando que simplemente no tenía fin y a veces, me impedía respirar.

La huella de Boromir (tatuaje número 7) rodeada de su nombre fue el primer tatuaje que me hice sola después de una década de acompañamiento y justamente lo hice después de firmar mi divorcio...un dolor más que se agregaba a la colección de los que no había atendido.

Cuando pude transitar el duelo del fin de mi matrimonio ya con la ayuda de mi maravillosa terapeuta, empecé a pensar en los tatuajes no como una forma de sentirme viva sino como un diálogo conmigo...con esa premisa realicé el octavo: un kanji en el dedo anular izquierdo (si, ese dedo que tuvo muchos años una argolla que jamás esperé quitar) cuya traducción más cercana es "conmigo".

Ya entrada en el auto conocimiento y después de un par de años de brutal, no exagero con ese adjetivo, la terapia en verdad ES BRUTAL, encontré claridad en lo que me quería decir y plasmar en el cuerpo, pero también encontré mi límite...el tatuaje número 9 me enseñaría que mi umbral del dolor se reducía conforme atendía mis duelos...ahí supe que no estaba dispuesta a soportar mucho más dolor porque además, ya no estaba tan entumida emocionalmente.

Fue justo después de una sesión de terapia tan fructífera como dolorosa que decidí cuáles serían los últimos 4 tatuajes: una frase acuñada por mí, el símbolo con el que al fin, me reconocía como sobreviviente de abuso sexual y suicidio, la constelación de mi signo zodiacal y un ave fénix.

No es casualidad que el último sea un ave fénix...qué mejor forma de recordarme mi propia fuerza, el camino recorrido, las cenizas en que me convertí y viví tantos años...pero sobre todo, la enorme capacidad que he tenido para renacer una y otra y otra y otra vez...a pesar del dolor, la tristeza y el abandono pude mantener intacta la fuerza vital que me impidió morir en más de una ocasión, pude crecer, conocerme y perdonarme...gracias a esa fuerza vital me he construido una vida plena, llena de amor propio, de amor en todas sus formas y lejos muy lejos de todo (y todos) los que intentaron destruirme por ser demasiado libre.

Ya no necesito sentir dolor...ya no duele respirar, ya puedo sentirme viva cada día al despertar...mi guerra contra todo lo que me dolió...ya terminó.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

La audacia

Los humanos en general, van por la vida asombrándose de todo lo que no les gusta como si no fueran ellos, la causa que genera el caos, por e...