Morirse de amor ¿?

Todos, absolutamente todos, hemos pasado por esa etapa en la que creemos y peor aún, sentimos morir de amor. Generalmente conocemos esa sensación en nuestros años mozos (adolescentes o jóvenes pues) aunque no dudo que haya muchos que tuvieron esa experiencia ya entrados en años, a fin de cuentas, el amor no tiene edad.

Lo curioso (de lejos, porque en el momento, es todo, menos curioso) es lo fuerte que puede ser esa creencia (o sentimiento) que plantea que realmente uno se muere sin la persona que decimos amar.

Afortunadamente, nada está más alejado de la realidad. Si, uno siente morir, llora, patalea, grita y maldice (si es que pueden) el momento en que conocieron al susodich@ o en su caso, el momento en que supieron que no eran correspondidos. Se pasa (como todo duelo) por diferentes etapas (alguna más larga y dolorosa que otra) pero al final, el tiempo hace lo suyo y como toda herida, llega la cicatrización. Caemos en cuenta que no, no morimos, que el otr@ siguió su vida y nosotros también a pesar de la ausencia de quien en su momento, amamos hasta la locura.

Sin embargo, lo poderoso de ese sentimiento, radica en lo que provoca, lo que crea, y no me refiero a las reacciones viscerales que cualquiera podría tener ante una desilusión amorosa, sino a la música, los poemas, cuentos, novelas, pinturas, composiciones, todas las expresiones artísticas que han estado inspiradas en y contra el amor (porque también hay de esas) el legado que deja a su paso la pérdida de un amor, visto objetivamente, vale toda la pena, todas las lágrimas, toda la tristeza, porque aunque parezca que uno se muere, ni se muere, ni deja de amar, sólo aprendemos, evolucionamos, creamos algo nuevo a partir de lo que sentimos o dejamos de sentir y ESA es la verdadera magia del amor.

Esos lugares feos

Desde que empecé a ejercer, hace ya, 17 años, tuve claro que lo mío era la búsqueda del equilibrio entre la patronal y el trabajador y con los diversos (y muy malos) ejemplos que conocí de trabajadores, me decanté por la patronal.

Ello me ha llevado a ser abogada de empresa en el 95% de mis trabajos, a veces, en el área jurídica (sobre todo en dependencias de gobierno) y otras, en relaciones labores.

Esa última área, siempre lleva aparejada la aplicación de rescisiones o bajas (despidos pues, para que me entiendan) y con las bajas, mi movilidad a donde sea necesario para aplicarlas.
De las más memorables por lo horrible del lugar: una agencia automotriz en Tultitlán, dejen lo lejos que estaba de las oficinas centrales, el trayecto fue en un camión guajolotero conducido por un pseudo varón  que más parecía recluso que chofer.

Otra, en Cuajimalpa (el lado cero nice cercano a Santa Fe) la agencia estaba justo a la orilla de un camino (cuasi carretera) que medio habían pavimentado y por el que pasaban microbuses destartalados a toda velocidad y sin ninguna medida de precaución.

Una más, en un plaza cerca de lo que se conoce como Bordo de Xochiaca (Nezahualodo) a la que llegamos  (mi entonces jefe y yo) después de dos horas de trayecto en transporte público de dudosa procedencia.

Todo eso, antes de tener a Adu era bastante complicado, ahora que lo tengo, sigue siendo complicado por los índices de inseguridad pero al menos, es más cómodo venir en mi coche que estar expuesta a choferes que casi siempre son ex convictos o andan bajo la influencia de una droga.

A pesar de todas esas travesías, tuve grandes maestros y aunque suene horrible (lo es) he aprendido el arte de la negociación al grado de tener un porcentaje de éxito casi absoluto.

Digo casi porque evidentemente, nadie es infalible (mucho menos yo) y hay gente que decide terminar en batalla (o sea, demandando) es ahí cuando me toca visitar las juntas locales, foráneas o los tribunales y otra travesía comienza, ahora hacia las localidades en las que se encuentran las autoridades que si bien, siempre tratan de tener edificios medio cuidados, no son suficientes para tapar lo feo del contexto que los rodea porque seamos sinceros, hay lugares, como el Edomex que es bien pinche feo.

La audacia

Los humanos en general, van por la vida asombrándose de todo lo que no les gusta como si no fueran ellos, la causa que genera el caos, por e...